Duendes.
En lo más oscuro del umbrío helecho
Una pequeña duende he descubierto.
Flores e hilo de seda la vestían,
Mientras dejaba que pasase el día
En espera de la oscuridad.
Echado sobre el musgo y a su lado
Había un niño, en plumas abrigado,
De tez muy blanca y pelo muy oscuro.
Mientras ella miraba el crepúsculo,
En espera de la oscuridad.
Junto a la dama me senté, callado,
Y sin saber o no si hablarle de algo,
Puesto que nada venía a mi mente.
Más la dama me dijo: ¡que amable eres
De esperar también a la oscuridad!
“¿Te encuentras perdida?” Inquirí a la dama
“¿o es que es este verde helecho tu casa?”
“¿Crees tú que esta noche vendrá alguien más?”
Ella sonrió y empezó a cantar
A su niño duende.
Este dormía, y ella me contaba
Del Mar y Tierra la profunda magia,
Y me habló de encantos potentes y antiguos.
“Úsalos bien y sé osado”, me dijo
“cuando los pronuncies al atardecer”.
“¿Puedo usarlos yo?” La dama sonrió
Mientras al niño del suelo cogió.
“Claro”, me dijo, “porque éste es tu premio
Por quedarte aquí hasta que en el cielo
La Luna ha salido”.
Tomé asiento a su lado, pensativo,
Vigilante, cuando al pronto oí un ruido
De galope a través de los helechos
“¿Me aguardasteis, señora de mis sueños?”
La voz de otro duende susurró.
Un noble duende de hiedra vestido
Armado de espada y con daga al cinto
Paró su caballo entre los helechos
¡Oh! Mi corazón temblaba de miedo
Al ver sus negros ojos.
Llegó la noche; las aves callaban,
La Luna salía tras la montaña.
De repente, me sentí abandonado.
“No receles, que tú mismo has bordado
El tejido de la amistad”.
Díjome la dama, alzando su diestra.
Lucía su frente hermosa diadema
En que la Luna miraba su luz.
“¿Querrás concederle algún premio tú?”
Preguntó a su señor.
“¿A este vigilante, amigo valiente?”
“Es enemigo, y lo ha sido siempre”
Repuso el duende, y ella dijo: “no”,
“Porque entre los helechos nos guardó”.
Me sonrió el caballero.
“No sabía que alguien nos quería bien”,
Y su voz sonó como un cascabel,
Mientras sacaba de un dedo un anillo.
“Este a la Tierra te mantendrá unido”,
Dijo, “y a la Magia, también”.
La gema era blanca como la Luna,
Y el aire arrastraba una triste música.
La dama y el caballero montaron
Y por el bosque a galope marcharon.
Yo me quedé solo.
Que no existen duendes dice la gente.
Yo he oído sus voces muy claramente,
Y cuando me siento entre los helechos,
Algunos encantos yo mismo he hecho
Que la dama me enseñó.
El anillo siempre llevo en mi mano
Y con su piedra me siento amparado.
Y a veces encuentro a mis dos amigos
En el bosque de helechos escondidos,
En secreto.
De que existe la Magia estoy bien seguro
Y cuando el Sol deja paso a lo Oscuro,
A la Tierra en mi alma latir yo ciento,
Y nunca echaré de mis pensamientos.
A la dama duende y a su caballero.
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